Esta postal nos la envía Jose F. Costa, una de esos amigos que hice en Marruecos y que me llevo para toda la vida. Nuestras charlas arreglando el mundo en los locales y suburbios (de los que es tan fanático) de Gueliz saboreando algunas Casablancas bien frías, han sido momentos únicos y delirantes.
Él vive en Marrakech desde hace…sinceramente creo que ni él lo sabe ya. A estas alturas está totalmente adaptado al medio. Su postal cargada de ironía y fina pluma os va a interesar y sorprender por igual.
Trabaja en una Agencia de viajes de lujo a medida, llamada mountainvoyage.
Cuando la pandemia llegó a Marruecos, a comienzos de Marzo del año pasado, los marroquíes se echaron las manos a la cabeza, resignándose poco menos que a la extinción segura de su raza, y los residentes extranjeros en el país nos preparamos para despedirnos de nuestros seres queridos.
No era para menos; sin hospitales dignos de tal nombre (fuera de unos pocos privados), con un número total de UCIs en todo el país equivalente al que posee cualquier ciudad media española, y con el lastre endémico de corrupción y falta de visión gubernamental y de medios que es común a tantos países africanos, Marruecos tenía todas las papeletas para llevar a cabo una gestión desastrosa de la emergencia, una gestión que pondría una vez más en evidencia, ante la vecina España, el atraso y la incompetencia reinantes en su territorio; esa España que, una vez más, podría mirarnos a través de las aguas del Estrecho un poquito por encima del hombro, con la pena y conmiseración que uno reserva para los parientes pobres y analfabetos del campo.
Por las mismas fechas en las que en España, con centenares de muertos ya acumulados, salía una ministra en la tele informando a la población de que el machismo mataba más que el coronavirus, y el científico a la cabeza de la lucha contra la pandemia le daba la razón, que tenía también sus propias fiestas que atender, en Marruecos, con dos muertos y apenas una decena de casos detectados, el gobierno decidió cerrar las fronteras a cal y canto y someter a su población a uno de los confinamientos más estrictos del mundo, según el cual uno no podía salir de su casa ni a comprar el pan a no ser que portase un permiso expedido por la comisaría de su barrio.

El día en el que el confinamiento se hizo efectivo, furgones policiales recorrieron las calles del reino, exhortando con altavoces a la población a quedarse en casa ‘por la salvación de la patria y de nuestros mayores’ con esa mezcla de ruegos rituales, razonamientos apocalípticos, y ternura que los marroquíes usan siempre cuando quieren convencerse unos a otros de algo (‘por la protección que Dios ofrece a nuestros padres os lo pedimos, que Dios os llene de bendiciones si hacéis caso, por el amor de las madres os lo pedimos…’).
Este confinamiento duró casi tres meses; y si consideramos que un gran parte de los marroquíes vive al día y necesita salir a la calle para ganar el dinero que le permitirá comer al día siguiente, no podemos sino admirarnos de la disciplina y la paciencia que exhibieron durante todo ese tiempo; porque fue seguido a rajatabla por el grueso de la población. Pero a paciencia, a resistencia y capacidad de sufrimiento sin queja, y a sentido de la unidad frente a un peligro común, nadie gana a los marroquíes.
En Marruecos, durante la última semana, la media de muertos diarios por coronavirus ha sido de 7, y la tendencia es descendente. En el momento más álgido de la pandemia, el pasado 20 de noviembre, el número de muertos en todo el país fue de 92. Las UCIs están al 15% de ocupación (nunca llegaron a superar el 40%). El número total de muertos desde el inicio de la pandemia es 8,695. Y el país ha vacunado a 4 millones de personas en poco más de un mes, y sigue en ello, sin problemas de abastecimiento.
Lo cierto es que hay estudios que confirman que un confinamiento estricto y temprano en los estados iniciales de la pandemia tiene un impacto notable en la progresión de ésta en el futuro; si limitas la transmisión al máximo al principio, el virus nunca se recupera del todo y la carga viral se mantiene relativamente baja. Marruecos tomó la decisión correcta en el momento correcto, es decir, cuando a la vista de cómo estaba el pescado en los países vecinos, hizo lo que dictaba el sentido común. Con una población que entendió perfectamente el desafío al que se enfrentaba. Otros no hicieron lo mismo, y así les va. Cuestión de prioridades.
Por supuesto, también puede decirse que hemos tenido suerte. El virus se transmite sobre todo en interiores, y a los marroquíes les encanta pasarse el día en la calle (el país es como una gigantesca cocina / trastero / sala de estar comunitaria), y la edad media de la población es más joven que en España. Pero no puede negarse que las autoridades supieron entender el problema de la manera correcta desde el principio, y tomaron las medidas adecuadas.
Sí, el movimiento entre regiones está restringido sin la obtención de un permiso. Sí, a las 21.00 todos tenemos que estar en casa. Sí, hay reglas de distanciamiento social (que pocos cumplen, ¿qué sentido tiene la vida si uno no puede abrazar a su vecino catorce veces al día?) y el uso de mascarillas es obligatorio (sin pasarse); pero los restaurantes, cafés, gimnasios y hammams están y han estado abiertos desde finales de mayo, así como muchos de los jardines y espacios públicos, y el pulso de la vida, en general, no difiere mucho del que teníamos antes de la pandemia.
Quien quiera visitar Marruecos ahora puede hacerlo (con la excepción de viajeros provenientes de unos pocos países), presentando en la frontera un test negativo y una reserva de hotel o con una agencia local. Los hoteles están abiertos y cumplen las medidas sanitarias escrupulosamente. Quien venga, encontrará un país de gentes amables y sonrientes que no se toman la vida ni demasiado en broma, ni demasiado en serio, y que ha sabido estar a la altura de las circunstancias en un momento crítico en el que muchos otros han fallado.
Yo diría que los parientes pobres y analfabetos del campo nos han dado toda una lección. Aunque, lógicamente, a nuestros periódicos no les guste hablar mucho de ello.